10/6/12

Made in Argentina



Cuando la película argentina El secreto de sus Ojos ganó todos los premios, incluso el bullicioso Oscar de la mequita industrial Holywood, los medios locales optaron por posar la mira únicamente en el cine de su director Juan Campanella y no en la totalidad del cine argentino. Detrás de “El secreto de sus ojos”, la gran película nacional, se arma otro debate con relación así creer en el cine argentino o no. En esa línea, este blog Doc9 encaró otro de sus encuestas con una consigna  ¿Cuál es la mejor película argentina de la última década 2000/2010?, que en el fondo tiene otra intencionalidad, aunque la más votada, también fue, El secreto de sus Ojos.

Al mismo tiempo que finalizaba la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y la ex Unión Soviética, además de liberar al mundo de la gran amenaza nazi, comenzaron difundir sus industrias y posicionarse aún más en el mercado internacional. El puente fue el cine y si bien las producciones desde Holywood venían creciendo a principios de los años 50 del siglo pasado, el actual negocio mundial de exportación con recreación del cine, es el principal producto estadounidense de exportación después de la tecnología aeroespacial y la venta de armas.  
¿Cuáles son los parámetros que logran medir si una película es buena o es mala? El gusto es amplio y no hay nada escrito. Los trabajos cinematográficos proyectados  en la  pantalla grande transitan por dos vertientes: o son  ideas culturales, con la intención de transmitir un mensaje, una señar, dejar algo en las personas o son puramente para entretener, lo que en la jerga se conoce como “pochocleras”. El número uno en realizar estas películas principalmente son los Estados Unidos, cuyo fin es vender una industria y bajar una línea hegemónica de sus propósitos.

En otros países, el cine intenta ser netamente cultural. Sucede en Francia, en Italia, en Inglaterra, en México y en la Argentina, por apuntar algunos ejemplos. Quizá la falta de económicos empuja a usar la imaginación.
En 1990, los abanderados de un Argentina neoliberal, pobre para muchos, rica para pocos, quebrada en su moral, en su economía, en su corazón, tuvieron que necesitar del movimiento más grande de América, el peronismo, para terminar de destruir a un país, cuya sentencia de muerte había comenzado en 1955 y con la muertes y desapariciones de 1976. Se privatizaron los medios de comunicación –el grupo Clarín el más beneficiado-, se vendió YPF, las Aerolíneas Argentinas, los servicios, algunos traicionados desde adentro –los teléfonos de Entel, la luz de SegBa- por citar algunos.
El llamado nuevo cine argentino tiene buenos trabajos. Su pueblo responde. Tiene que ser bueno, como su industria, tras años de desguace. Hay que volver a ganarse la confianza. Lo bueno debe ser bueno.
La consigna es un arma de doble filo, porque por un lado, reduce la elección a las super producciones nacionales avaladas por los medios, contando con el mejor actor de todos los tiempos, Ricardo Darín.
Porque el problema del cine argentino no es el cine poco convencional que no va a ver nadie, sino las malas películas que, por una promoción insistente, llenan salas, no le dan lugar a los buenos exponentes de la industria local. Son las producciones yanquis –Hulk, El Señor de los Anillos, Los Vengadores, entre tantos, pero también hay películas como Papá se volvió loco y muchas otras películas de calibre similar, que cercenan a las películas con una mirada nacional, cultura y más profunda.
 ¿Hay que hacer como Francia, quien aplica un alto presupuesto a las películas importadas de Hollywood o todas aquellas que provienen de otros países, en defensa del propio cine?  O el Instituto Argentino del Cine debe intensificar los buenos trabajos nacionales, como Nueve Reinas, El Secreto de sus Ojos, entre otros trabajos.
La pulseada, como siempre, es entre las dos concepciones, aparentemente opuestas e irreconciliables, del cine como arte o espectáculo.
No hay Estados que nacen buenos y otros malos. Tampoco hay que creerse que uno tiene mala suerte o que hay países mejores. Hay que creer, meterse, jugarse. En el cine es igual. Seguramente, pueden convivir las dos concepciones; la del cine como producto artístico y cultural, buscando ser entretenimiento, y un buen producto de entretenimiento, no contenga menos méritos artísticos.
Los grandes premios, aún el ruidoso Oscar, lo obtuvo El secreto de sus ojos, por sus grandes concepciones artísticas. El otro ganador,  La historia Oficial, adquirió los galardones, por sus consideraciones políticas. Y ambas, fueron las mejores películas por sus méritos puramente artísticos, como pocas veces ha ocurrido en la historia del cine nacional que propone ser mejor cada año con más películas en cartel.