Salió cabizbajo de ese juzgado Civil, aunque había luchado duro por separarse de esa mujer que lo acompañó casi 25 años en un matrimonio que nunca terminó de cerrarle. Que hacer ahora?; como seguía la vida? A los 56 años, Mario sabía que comenzaba de vuelta. Al menos en el amor, en lo sentimental, porque a nivel laboral, la ferretería que comparte con su socio Pablo sigue siendo el número uno del barrio. En tiempos remotos, Mario había sido un gran deportista. Rápidamente comprendió que esa era la vía para volver al “ruedo”. El gimnasio, que queda a dos cuadras de su comercio, era una buena excusa para comenzar. Y así fue. La rutina de Mario era de casa a la ferretería, de la ferretería la gimnasio y del gimnasio devuelta a casa. Así fue por meses. Era un ente que operaba mecánicamente. No salía, no hablaba con nadie. Un día la moneda de Mario dio otra cara; Javier, el profesor de la tarde del gimnasio, le preguntó a Mario que le pasaba, que siempre estaba triste. No es que Javier sea la Madre Teresa, pero la melancolía que emanaba Mario lo obligó a acercarse. Al fin y al cabo, Mario vendía a bajo costo bombitas u otros elementos propios con descuento especial para el gimnasio.
- Estas bien vos?, preguntó Javier, mientras preparaba las bicicletas fijas para que los clientes, entre ellos Mario, puedan ejercitarce.
- Y, más o menos. No pensé que la separación iba a ser tan dura. Y no es que la extraño a ella. Me aburre no salir, no arrancar. Me siento tan viejo a los 56… disparaba Mario.
- Hace una cosa, Marito. Te invito a bailar, con mis amigos y amigas, dale, es gente copada. Te gustará, contestó Javier.
El sí de Mario no se hizo esperar. Al fin y al cabo, Javier y sus amigos no eran unos pendejos, aunque desde sus treinta y pico, la diferencia con Marito se notaba.
Los sábados a la noche se sucedieron. Que boliche en San Telmo, que hoy joda en Quilmes, que la noche de San Isidro. La cosa era siempre igual: Javier, sus amigos, y Mario, -que fue aceptado muy bien por el grupo- a todos lados juntos. Hasta que ese día en el boliche Pinar, corazón bonaerense de la localidad de Ramos, Mario le susurró a Javier lo siguiente:
- Te agradezco Javi, por todo, pero me siento un viejo boludo. Esta es la última salida mia. Todos me miran.
- Que te importa, Marito; que piensen lo que quieran. Vos disfruta, contestó Javier.
De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, en otro rincón de Pinar, una chicas muy lindas, de entre 20 a 22 años, encendidas por el alcohol que despierta la noche, se acercaron a Mario.
- Queremos bailar con vos, te estábamos mirando, que onda tenes¡, emanaron a los gritos todas juntas.
A Mario se le infló el pecho. Era un volver a nacer. Ese sábado a la noche, nacía su revancha. Y así fue. Los ojos de Javier y sus amigos fueron testigos de esa escena, casi extraída de una película de Woody Allen. Todas las chicas, encima de Mario, besándolo, mimándolo.
Día lunes, media tarde. Javier esperaba a Mario en el gimnasio. Rareza absoluta, faltazo. Al otro día lo mismo. Así fue toda la semana. Javier, preocupado, se acercó a la ferretería. Tampoco allí estaba Mario.
- No te dijo, Javi?, Mario se fue a hacer una lipo y ayer sacó turno para un implante capilar. Nosé que pasó, pero desde el otro finde, es como si volviera a tener 20 años menos.
Las palabras de Pablo, el socio de Mario, rebotaron en la mirada anodada de Javier. Ese fue el comienzo…pasaron dos años; hay que verlo a Mario, con arito y tatuajes, y su moto en lugar de su viejo VW Gacel 88… Javier contó esta historia. Y en un instante comprendí este diálogo que accidentalmente presencié meses atrás.
- Javi, vos crees que esas chicas, aquella noche de Pinar, me estaban jodiendo, como que yo era el viejito piola, que todavía va a bailar?, preguntó con tono inquisidor Mario a Javier.
- No, Marito, dejate de joder… Harrison Forid y Sean Connery al lado tuyo son un poroto…andaaa¡¡¡